Una obra con un profundo mensaje. Recreada por su autor y el director de la película del mismo nombre. Eliseo Subiela plantea un enfoque absolutamente teatral, sin ningún guiño cinematográfico. Contar con la actuación de Lito Cruz hace de esta obra algo a la vez natural y movilizante.
La historia está contada a medias por el relato del doctor Julio Denis, y allí es donde se hace patente, rápidamente el talento y la experiencia de Lito Cruz, porque hay tres planos de texto. Un plano es el diálogo entre los actores, otro es el que presenta a Julio Denis reflexionando o hablando consigo mismo, y un tercero que es la conexión con el público.
Ya cuando habla consigo y reflexiona se producen algunos toques de cierta promiscuidad, me sentí invadida por ese diálogo como alguien que se pregunta si el espejo le está mirando, o si ese actor en la película de verdad no lo ve.
Luego y con total naturalidad se dirige al público, lo hace presente, nos descubre impudorosamente espiando esas vidas e intentando descifrar el misterio. En ese momento sucede la maravilla, algo que muchos intentan pero casi ninguno puede, el viajar de un plano a otro en media frase, el dialogar con el público de manera tan clara que no falta quien conteste a una pregunta retórica.
Cinco marcas en el escenario plantean visualmente los aspectos de esta gran pregunta viviente que es Rantés:
En el centro, el consultorio, donde el profesional es profesional y el loco es loco
A la izquierda de nuestra vista la puerta de entrada y salida al mundo del doctor Denis, de todos los aspectos de su vida y búsquedas
A la izquierda y de cara al público, un sillón, una mesita y el espacio de reflexión, donde el Dr conversa consigo mismo y de a poco parece romper la película invisible que nos protege un poco a los espectadores.
A la derecha el lugar donde Rantés es una persona libre, donde trabaja, donde se conecta con todo. Ese lugar que abandona quedando a disposición del sistema de salud que lo digiere.
Al frente el espacio donde nos vemos, donde ya no sabemos quien es el público.
Alejo Ortiz construye un personaje que camina en el borde entre la sabiduría y el autismo, nos lo hace experimentar al ponerse esa vida de un tal Rantés que no tiene interés en ocultar las posibles hilachas que desmienten el tejido de su historia. En su boca “sentir” tiene el peso justo que plantea la obra. Sentir es demasiado poco, como quien busca el camino de la iluminación porque la insensibilidad en este caso no es lejana a la verdadera compasión.
Marina Glezer y Pablo Drigo sostienen los puentes de esos caminos dramáticos en forma excelente.
Escenografía de lujo, los volúmenes perfectos para crear las dimensiones de espacio necesarias junto con el maravilloso trabajo de iluminación.
Aplausos de pie en la sala al caer el imaginario telón
María Inés Senabre
1 comentario en “HOMBRE MIRANDO AL SUDESTE – octubre 2012”