Esta obra de Dora Milea tiene algo de absurdo y mucho de juego coreográfico . Dos personas se encuentran y toda búsqueda de separación lleva a la unión, y todo intento de unión genera distancia como dos bellos remolinos que viéramos jugar en un río. En este caso hay una observadora y la distancia la ponen las palabras y el pensamiento mientras una pulsión sin discurso los acerca.
La escenografía es maravillosa, las actuaciones muy buenas pero destacaría la de Ignacio Huang, que muestra una gran frescura y naturalidad importante en esta obra que oculta lo natural en un diseño abstracto.
El planteo coreográfico de David Señoran iluminan estos cuadros dándole un aspecto más fantástico.
El trabajo de luces es excelente.
Una joyita, un juego, algo para llevarse de regalo y enriquecer las herramientas estéticas propias.
María Inés Senabre